Chris Cornell - Scream (2009)
Cumpliendo con esa vieja premisa que reza aquello de “quien avisa no es traidor” Chris Cornell aparece en la tapa de su último disco en impulso aéreo, a punto de destruir una guitarra eléctrica. Como queriendo exorcizarse de toda distorsión.
Scream se trata de composiciones desparejas que transcurren sin pausa ni descanso; cada track fluye en el siguiente. A los largo de las trece canciones se suceden innumerables sonidos y bases sampleadas de una elaboración y cocción que niega el crudo de los instrumentos grabados en vivo. Apelando al eufemismo, se podría hablar de un álbum experimental que apuesta a estribillos potentes en formato pop.
Chris Cornell y su elección de interpretar un álbum alejado del rock, abriendo su espectro a otros públicos y sonidos, recuerda a aquellos actores íconos del cine de acción que pasaron a protagonizar comedias familiares, acaso creyéndolo como un paso necesario en su carrera profesional. El resultado devuelve inevitablemente una imagen hecha añicos del artista, a la deriva luego de ese cambio de timón. El ícono se destruye en otro ámbito, se desintegra al entrar en ese offside de reconocimiento social, diría Oscar Steimberg.
Y es que estos experimentos resultan ser tan fallidos como olvidables.