26 abril, 2008

¿Qué se puede hacer salvo ver a Los Natas?

Crónica realizada originalmente para Recis!, sitio con el que suelo colaborar en su cobertura de la escena de rock independiente local.
Dos obras imprescindibles del rock y del cine como son, respectivamente, The Dark Side of the Moon y The Wizard of Oz (en su versión dirigida por Victor Fleming, 1939) se encuentran unidas en un viejo mito. Se dice que se le debe dar play al disco de Pink Floyd a partir del segundo rugido del león de la MGM para que todo sincronice; tanto letra como música coincidirían con las imágenes de la película. Por ejemplo, la escena donde la bruja del norte cuenta monedas de oro sucedería al ritmo de “Money”. Todo habría sido adrede por parte de Roger Waters y companía.
Lo improbable de esta supuesta intencionalidad radica en que los trips detonados por la alteración de los sentidos trascienden la idea de asociación, siendo sintonía pura. La visión estimulada como unificación de distintos incentivos en una única experiencia.
En su Motoclub Vol. II, Los Natas sumaron un estimulo visual al habitual sonoro, llevando a cabo una performance de rutas, motos y viaje como tema, transformando por unas horas a Niceto en un humeante cineclub.Cerca de las 22.30 se corrió el telón y comenzó la función. Peter Fonda y Dennis Hooper avanzaban en sus motos por la pantalla ubicada detrás de los Tres Hombres, que abrían el show ejecutando su habitual “introvizacion”. Las escenas correspondientes al viaje de ácido en Easy Rider se retroalimentaban con la música, como en una redundancia cíclica e hipnótica de un pulso chamánico del que ya no habría vuelta atrás.
Los estertores salvajes, primales de “El Cono del Encono” parecían ser bendecidos por el primer plano de un Peter Fonda en trance. El recital apenas comenzaba cuando el hermoso travelling de la escena final de este clásico de culto, ascendiendo desde una motocicleta en llamas, dió lugar a que “Humo Negro” se vuelva cortina de los créditos finales.
Death Proof (última película de Quentin Tarantino, sin estreno en Argentina) fue lo que siguió en la programación. La magnética aparición del Topo (voz del proyecto paralelo Santoro, ex bajista de Massacre) como cantante y showman invitado acompañó dibujando siluetas de señoritas en “El Bolsero”, al tiempo que una morocha infartante brindaba un sinuoso baile desde la pantalla.
Así como en las películas, un buen show de rock también debe tener su clímax. Este momento, que marca el pico sensitivo de la obra, habitualmente es representado hacia el final. En el cine ocurre con el desenlace del conflicto y en el rock con la banda cerrando el show con su canción más significativa. El de este recital no ocurrió en su último tramo, ni tampoco se correspondió con una escena del término de la película, pero cumplió con todas las premisas sensoriales del caso. Kurt Russel apuntando su Chevrolet Nova en línea recta hacia unas chicas ruteras que viajaban gozando del tracklist de su estéreo, era anuncio de que la velocidad aumentaría hasta un irremediable desenlace. Una pierna amputada por el choque que cae sobre el asfalto y la goma del auto deformando el rostro de la morocha parecían encontrar en “Que Rico” la síntesis de la degustación gore de un público que festejó la escena con ovación y aplausos.
Casi como en una extensión del BAFICI, la salida de Niceto encontró una muchedumbre recordando escenas, preguntando títulos y solicitando copias. Al mismo tiempo Los Natas regresaban a camarines luego de un intenso viaje, acompañados por el sonido del eterno latido de hélices que abre Apocalypse Now como fondo. El telón ya había cerrado.