01 noviembre, 2008

Androide Paranoide (Tomo lo que Encuentro)

Temor automatizado e inseguridad de las cosas en la ópera prima de Gabriel Medina. Play. Paisaje de distorsión edificado sobre la aceleración punk de bajo y guitarra. La voz fantasmal de Fidel Nadal irrumpe para terminar de levantar la atmósfera pesada de “El Féretro” de Todos tu muertos. Daniel Hendler, en plano que lo muestra de cuerpo entero, se mueve, baila y por momentos parece tener aplicado en sus movimientos un efecto que acelera su velocidad. Se estira y encorva para ensayar un playback pantomímico al tiempo que la cámara se aproxima sigilosamente. A esa altura de Los Paranoicos, el acercamiento hacia Luciano Gauna (Hendler) ya lo ha retratado como un escritor que anima fiestas infantiles (con un traje similar al que usa “Boo” para camuflarse en Monsters Inc), vive solo y, por sobre todas las cosas, es inseguro. A pesar no tener compañía en su departamento esconde su marihuana en la boca de un gorila de plástico y sigue todo un ritual de simulación para poder fumar un porro. La forma en la que se desenvuelve y cada uno de sus actos se encuentran marcados por la automatización de la timidez, el rencor y la introspección. Como si fuera un androide paranoide. Del otro lado, el opuesto, esta su amigo Manuel (Walter Jakob) como un personaje que porta la pulcritud del éxito en su rostro, recibe llamados de su madre y ostenta esa seguridad canchera de aquel al que no le comprarías un auto usado. Acaba de llegar de España luego de triunfar con la serie de televisión “Los paranoicos”, historia que le parece muy “familiar” a Luciano Gauna. La película dosifica la información con respecto a las sospechas. Incluso la escamotea. Cuando los dos amigos hablan sobre el guión de LG un “Vos no lo leíste, no?” hacia Manuel alcanza. No hay interés en explicitar si Manuel ha explotado la idea de Luciano o si en realidad se trata de una paranoica conjetura de este último. Cuando la novia de Manuel (Jazmín Stuart) abandona la casa de sus suegros luego de descubrir a su suegra revisando su equipaje comienza su relación con Luciano. Si bien ya lo había visitado en acompañada por su novio, aquí comienzan a relacionarse; van a un restaurante, ceden, se ponen de acuerdo en tomar una cerveza. Luciano la encuentra cuando le llevaba Rivotril por consejo de Manuel, quien lo llamó entendiendo que “tendría algo para que la puede ayudar”. Sofía termina por instalarse en casa de LG donde deja de lado su marcado hastío y se desenvuelve con soltura. Entre anfitrión e invitada no hay histeriqueo, ni insinuación. Sobrevuela una tensión que es percibida cuando Sherman, amigo de LG, se va raudamente luego de una fugaz visita entendiendo que debía dejarlos solos. La escena en la que Luciano y Manuel juegan a la XBOX tiene todos los guiños del enfrentamiento gamer. A saber; la fascinación ante las posibilidades del colmo de empatía que brinda un videogame al permitir diseñar personajes con los rasgos del jugador, la verborragia impune tanto en victoria y como en derrota, así como el desquite virtual de esa bronca que muchas veces va a parar debajo de la alfombra. Y es en esta escena que la película decreta un ganador mediante el “mano a mano” de una pelea de box virtual. Los paranoicos tiene una selección de canciones del indie rock local a las que le da un lugar central, de vital significación a lo largo del relato. Los primeros acordes de “Amigo Piedra” de El Mató a un policía motorizado iluminan la escena en la que el departamento de LG ha quedado a oscuras, dejando en segundo plano las habladurías de Manuel. De hecho la escena no se corta hasta que el tema alcanza el estribillo y Daniel Hendler cierra respondiendo a los comentarios de su amigo: “No sé; yo estaba escuchando la canción”. La dulzura de Hamacas al Río suena de fondo en la cocina para colorear el acercamiento entre Luciano y Sofía. Y en la escena culmine de la película será tiempo del electro pop de Farmacia (en un cameo que sigue la línea de El Otro Yo en Silvia Prietto y Jaime sin Tierra en Nadar Solo) haciendo “Nada de nada”(“Me vas a re-enloquecer, estoy tan solo y vos no estas”) que detonará la aproximación definitiva entre Sofía y LG; el movimiento in crescendo de Hendler (del head up al descalabre anárquico a lo Ian Curtis) sumado al baile sensual de Jazmín Stuart son una soga que tensa hasta que surge una última mediación desesperada desde la oscuridad. Tomar lo que es de otro se dice que es traición, que es delito. A la vez, perder lo propio tiene que ver con un descuido o un exceso de confianza. No obstante, hay casos en los que esa desantencion no es más que el paso necesario para que el agua siga su cauce para llegar a un lugar mejor; donde pueda ser y estar. Así como una idea debe salir del cajoneo eterno para volverse emoción tangible. Igual que esa persona que llega (o se vá) en busca de un abrazo.

27 octubre, 2008

Todo eso se parece a las valijas de papá

No fué de extrañar la gran demanda que hubo para las hermosas zapatillas del Team Zissou de Vida Acuática. El problema era que esas Adidas Rom no existían en el mercado para satisfacer el inevitable capricho fetichista. Antes, Wes Anderson vistió a Ben Stiller con un equipo de gimnasia vintage rojo también de las tres tiras en Los excéntricos Tenembaum. Después, ahora, vendrían las valijas Louis Vuitton de Viaje a Darjeeling. Este gusto por los objetos y las marcas es una de las continuidades que confluencian en la que es su quinta película.
Los hermanos Whitman son tres chicos ricos que se reencuentran, tras la muerte de su padre, a bordo de un tren con rumbo a una ciudad de la India. Francis (Owen Wilson) es el encargado del planeamiento, lo cual incluye un asistente contratado para programar las actividades diarias o decidir por sus hermanos lo que van a cenar. Jack (Jason Schwartzman), tal como lo hacía Margot Tenembaum, escribe relatos autobiográficos y Peter (Adrien Brody) lleva consigo distintos objetos que pertenecieron a su padre, incluyendo la carga de las benditas valijas.
En la relación de los hermanos se reproducen las conductas de desconfianza, envidia y celos habituales en los personajes de WA. El triángulo de los Whitman sólo permite las confesiones de a dos, para ser rotas al rato. Estas confidencias tienen en todos los casos una mujer como protagonista; Jack viene de un furtivo encuentro con su ex novia en Paris (una hermosa Natalie Portman, lo cual se relata en Hotel Chevallier, corto que oficia de prólogo), Peter recibe la noticia del embarazo de su esposa y Francis planea el reencuentro con mamá.
La logística de Francis esta apoyada en Brendan, quien diagrama las actividades diarias y las entrega en tarjetas, lo cual parece mera excusa para el despliegue de esa manía plano detallista sobre textos que Anderson practica desde Bottle Rocket. La afición por veloces paneos hacia los costados en noventa grados es otra constante, al igual que los paseos en travellings horizontales. Tampoco faltan otras puestas de cámara habituales en su filmografía como los encuadres con un marcado punto de fuga disparado desde el centro (como las caminatas de los Whitman a través de los pasillos del tren) ó los “cuadros dentro de cuadros”, donde pone en el centro del plano un recuadro con acción propia, tal como sucede en aquella escena en la que se puede ver un poco mas allá de la espalda de la camarera del tren gracias a un espejo apropiadamente encuadrado.
Wes Anderson suele utilizar la cámara en mano para escenas de tensión, como discusiones o peleas. En el caso de Viaje a Darjeeling, la pone en uso cuando otros tres hermanos cruzan peligrosamente un arroyo, a lo que suma filmar a ras del agua y utilizando algún zoom. Uno de los niños muere. “No pude salvar al mío” anuncia Peter, aquel que parecía todavía no poder superar la muerte de su padre, el mismo que tendrá un hijo. A partir de aquí quedan de lado las desventuras de los Whitman deviniendo la película en un relato de redención.
La representación del ritual velatorio indio al que son invitados se interrumpe, se sucede, con un flashback al viaje hacia funeral de su padre. La escena se construye en base a ser casi un negativo de lo visto hasta el momento; ya desde el negro del luto con el que están vestidos contra los tonos pastel de los trajes de verano que utilizan en Darjeeling, hasta en la unidad que hay entre los Whitman para ir a buscar un auto de su padre ó para enfrentarse a un camionero que increpó a uno de ellos.
Junto a sus hermanos en el aeropuerto, Francis se quita las vendas, recordando a los brazos cortados de Richie Tenembaum. Entonces se posterga la vuelta, las heridas aún no cerraron.
Mediando algunas excusas algo dudosas que terminan por ser ciertas, los Whitman se reencuentran con su madre (Angelica Houston), quien les anuncia que “El pasado existió, pero terminó”. Esta reunión tiene un carácter tranquilizador para los hermanos. Con “Play with me” de los Stones sonando, mamá los invita a un trip donde, en una sucesión que recorre en corte transversal distintas ambientaciones en un tren unidas por un travelling horizontal (aquel que utiliza brillantemente en la radiografía del submarino de Steve Zizzou), vemos a los personajes periféricos; Natalie Portman, la esposa embarazada de Peter, Brendan, la camarera india Sweet Lime e incluso Bill Murray cerrando su cameo, aquel con el que abre la película llegando a la estación a bordo de un taxi, mismo tipo de vehiculo que mató a Whitman padre.
A la mañana siguiente mamá Whitman desaparece. Los tres hermanos ahora confían entre sí. Es entonces que se permiten regresar como en un reinicio, donde vuelven a subir al mismo tren, con el mismo guarda versión india, pero sin el peso con el que llegaron y cargaron durante todo el viaje. Para volver a casa se han desprendido de esas valijas que, como "Viaje a Darjeeling", seducen por su gusto y elegancia, pero empalagan por su carácter redundante.

06 octubre, 2008

Tormenta Mental

Imaginate ese día en el que una enorme nube someta al imponente desierto; cuando la arena que quema se devele frágil ante el arrebato de la tormenta y los espejismos se hagan realidad. Los granos envueltos en la indefinición del torbellino bailarán el ritmo dictado por el hipnotismo anárquico del bramido del viento. Será entonces cuando tierra y aire harán comunión en una danza que volverá al cielo aún más incierto.
Bueno, así es como suenan los Humo del Cairo. Yo que vos los escucharía.

30 septiembre, 2008

La Cuerda Floja

"Gorianopolis es el nombre con el que edité dos compilados de canciones. El primero lo grabé en el 2001 y el segundo en el 2007. Ambos fueron publicados en sitios web y están en libre disposición para que los bajen y copien"
Nótese que se evita utilizar el término "disco", las canciones llegan directamente a quien lo disponga. Si bien se sabe que la edición discográfica completa la obra, ofrecer material a través de esta vía es la excepción que refuta la regla de los fines comerciales de una grabación.
"La Cuerda Floja" es el nombre de la segunda aparición solista de Gori, viejo guerrero under, ex guitarrista Minoría Activa y Fun People (pasado hardcore del que heredó la corta duración de las canciones) y actual frontman (de que otra forma sino con ese look entre Faces y Brian Jones que ostenta) de Fantasmagoria, con quienes ya había incursionado en esto de la edición only free download con Clearence (2001).
Hablemos entonces de lo importante. Luego del acusticazo multicolor que entregó en su primer lanzamiento solista de nombre homónimo (disponible en www.mandarinasrecords.com.ar/), en esta oportunidad nos encontramos con cinco canciones. “A Veces” abre el disco como una marcha de bombo y palmas en tempo reducido que oficia a modo de intro de lo que será de ahí en más un viaje a bordo de una camioneta humeante a través de campos de algodón. Predomina un tono distendido y displicente, que encuentra su pico en la lírica de “Después Lo Hago”, oda a la parsimonia, celebración del ocio: “Tengo que hacer millones de cosas: copiarme un Cd, dejar de fumar”. Los rasguidos de guitarra, una tenue armónica y las teclas de piano que caen como dulces gotas son la compañía de ambientación bucólica a esa voz tan personal. Ideal para esas paradas de ruta en medio del campo o como soundtrack en horario de siesta de esas vacaciones en la que no nos pudimos ir a ningún lado, La Cuerda Floja complace delimitándose en espacio (http://gorianopolis.com.ar/) y tiempo; aquel momento en apariencia eterno del que nadie nos avisa cuando termina.

14 julio, 2008

La Pose Actual

Sábado a la noche rumbo a Plasma, un extraño oasis en el sórdido laberinto que representa el camino de Plaza Constitución hacia Barracas; mucha vereda angosta, contraluz y casa vieja para llegar a un primer piso tan paquete como chico, con sillones y mesitas de diseño, lista de precios a tono y una hermosa ex compañera de la facultad en la barra. El año pasado, los Jacksons Souvenirs tuvieron una sola presentación en vivo que fue en diciembre. Por suerte en el presente 2008 la mano parece estar cambiando. Con Sebastián Kramer como accidental frontman y sin su bajista hicieron un set breve que oscilaba entre aceleraciones melódicas de marcha cansina y paseos a bordo de un colchón cósmico que parecían hacer girar la bola disco del techo del local. Un malentendido con la gente de sonido, una pista que nunca era la correcta y la excusa de que ya no había tiempo significaron el abrupto stop para lo que ya era la explosión volcánica de los Jacksons. Quiero verlos otra vez. Mientras Kramer y compañia enrollaban cables y desenchufaban instrumentos, los Sub 20 de Banda de Turistas aguardaban a que su plomo les dejase todo en orden para salir a escena. A puro hype, son los nenes mimados del momento. A la hora de verlos y escucharlos en vivo los machaques guitarreros insistentes y la verba entonada con desgano evidenciaban la referencia babasónica. El flaco de la guitarra principal tenia bien aprendida las lecciones de Mariano Roger, emulaba sus movimientos y posturas a la perfección, incluido aquel tic de apoyar la viola sobre el muslo para tocar encorvado. A la derecha del escenario en segunda guitarra y coros, un Brian Jones en versión Cartoon Network aportaba agite y falsete marca Tuñon y era el encargado de cantar “Todo mío el otoño”; lo más cercano a un tema de Los Gatos, pero hoy y acá. Los teclados ayudaban a disimular la simpleza de la mayoría de las canciones, salvo algunos casos donde despegaban en intenso ascenso instrumental. Los pibes suenan bien, tienen en su haber algunas canciones como “Un verdadero cajón de madera” o “El Canto” y portan una buena presencia escénica. Como una postal, Bruno Albano (voz y bajo) miraba al vacío con los ojos bien abiertos asomándose entre su flequillo despeinado prolijamente hacia adelante. Flash.

12 junio, 2008

El Hombre y el Comuñe


From: Cecilia C
To: Aldo M
Subject: nueva version!
Date: Thu, 12 Jun 2008 13:20:49 -0300

Lo comprarias para tu colección?...
----------------------------------------------------
RE: nueva version!‏
De: Aldo M
Enviado:jueves, 12 de junio de 2008 09:01:25 p.m.
Para: Cecilia C

mmm... no.
No me gusta que lo pretendan estilizar con esa capa y colitas vikingas. Le quieren dar una onda premoldeándolo con un estilo de aventuras épicas fantásticas siendo que He man era un mundo propio, un desecho de un proyecto de dibujos animados de "Conan el Bárbaro" que quedó abortado cuando los productores se enteraron que en esa película había sangre y minas en tanga.
Entonces el dibujito quedó así: con el príncipe Adam luciendo ese peinado bala y trajecito ídem, para luego mutar en un Mr. Hyde de esteroides y cama solar, mucho más cerca de los Gladiadores Americanos que del Conan ése.
Todo esto sin contar ese universo de chiches futuristas, personajes de nombre genéricos como "Man at Arms" y villanos entrañables (nunca ví un malo tan bonachón como Skeletor) que era Eternia.
Y no olvidemos las esopianas moralejas del final de cada episodio.
Ya el año pasado, Michael Bay mostró a Optimus Prime (sintesís del líder positivo y respetado, la honorabilidad hecha Transformer) prendido a las paredes de una casa, ocultándose de los padres de un adolescente. Basta de sacrilegios.
He-Man no se mancha.
----------------------------------------------

26 abril, 2008

¿Qué se puede hacer salvo ver a Los Natas?

Crónica realizada originalmente para Recis!, sitio con el que suelo colaborar en su cobertura de la escena de rock independiente local.
Dos obras imprescindibles del rock y del cine como son, respectivamente, The Dark Side of the Moon y The Wizard of Oz (en su versión dirigida por Victor Fleming, 1939) se encuentran unidas en un viejo mito. Se dice que se le debe dar play al disco de Pink Floyd a partir del segundo rugido del león de la MGM para que todo sincronice; tanto letra como música coincidirían con las imágenes de la película. Por ejemplo, la escena donde la bruja del norte cuenta monedas de oro sucedería al ritmo de “Money”. Todo habría sido adrede por parte de Roger Waters y companía.
Lo improbable de esta supuesta intencionalidad radica en que los trips detonados por la alteración de los sentidos trascienden la idea de asociación, siendo sintonía pura. La visión estimulada como unificación de distintos incentivos en una única experiencia.
En su Motoclub Vol. II, Los Natas sumaron un estimulo visual al habitual sonoro, llevando a cabo una performance de rutas, motos y viaje como tema, transformando por unas horas a Niceto en un humeante cineclub.Cerca de las 22.30 se corrió el telón y comenzó la función. Peter Fonda y Dennis Hooper avanzaban en sus motos por la pantalla ubicada detrás de los Tres Hombres, que abrían el show ejecutando su habitual “introvizacion”. Las escenas correspondientes al viaje de ácido en Easy Rider se retroalimentaban con la música, como en una redundancia cíclica e hipnótica de un pulso chamánico del que ya no habría vuelta atrás.
Los estertores salvajes, primales de “El Cono del Encono” parecían ser bendecidos por el primer plano de un Peter Fonda en trance. El recital apenas comenzaba cuando el hermoso travelling de la escena final de este clásico de culto, ascendiendo desde una motocicleta en llamas, dió lugar a que “Humo Negro” se vuelva cortina de los créditos finales.
Death Proof (última película de Quentin Tarantino, sin estreno en Argentina) fue lo que siguió en la programación. La magnética aparición del Topo (voz del proyecto paralelo Santoro, ex bajista de Massacre) como cantante y showman invitado acompañó dibujando siluetas de señoritas en “El Bolsero”, al tiempo que una morocha infartante brindaba un sinuoso baile desde la pantalla.
Así como en las películas, un buen show de rock también debe tener su clímax. Este momento, que marca el pico sensitivo de la obra, habitualmente es representado hacia el final. En el cine ocurre con el desenlace del conflicto y en el rock con la banda cerrando el show con su canción más significativa. El de este recital no ocurrió en su último tramo, ni tampoco se correspondió con una escena del término de la película, pero cumplió con todas las premisas sensoriales del caso. Kurt Russel apuntando su Chevrolet Nova en línea recta hacia unas chicas ruteras que viajaban gozando del tracklist de su estéreo, era anuncio de que la velocidad aumentaría hasta un irremediable desenlace. Una pierna amputada por el choque que cae sobre el asfalto y la goma del auto deformando el rostro de la morocha parecían encontrar en “Que Rico” la síntesis de la degustación gore de un público que festejó la escena con ovación y aplausos.
Casi como en una extensión del BAFICI, la salida de Niceto encontró una muchedumbre recordando escenas, preguntando títulos y solicitando copias. Al mismo tiempo Los Natas regresaban a camarines luego de un intenso viaje, acompañados por el sonido del eterno latido de hélices que abre Apocalypse Now como fondo. El telón ya había cerrado.