06 junio, 2010

Mudanza


Asi que "El cono del encono: palabras cobre cine y música"?
Bueno, en este 2010 los caminos de la vida blogueril, si es que eso existe, se abrieron hacia otros sitios.


Esto es un bingo!  blog de crítica de cine que me invitó a formar parte de sus filas (lo cual acepté gustoso), y en el que actualmente participo con la periodicidad que me caracteriza.
Al tuntún  proyecto craneado con el amigo David Obarrio para despuntar el vicio rapeando sobre "músicas, lecturas y algunas otras cosas".


El viejo y querido Cono, entonces, se mantendrá inactivo hasta nuevo aviso. Los espero en:
www.estoesunbingo.com.ar
www.alltuntun.wordpress.com

24 marzo, 2010

The return of The King


Mi primera estrella de rock favorita fue Eric Cantona. El tocaba en el Manchester United, que es un equipo inglés de futbol. Siempre fue un jugador distinto a los demás; erigido como un coloso intimidaba desde el césped tanto por su gesto de ogro como por su magistral pegada. Porque Eric en la cancha rockeaba, era un performer de cuello levantado. Frente al arco era un ganador nato, la ponía donde quería.

Cantona siempre estuvo más allá de todo. Su principal distintivo, su seña particular y marca registrada, era ese cuellito de la camiseta que elevaba en la parte trasera. Todo un detalle ese cuellito. En la canchita del barrio uno repetía ese gesto, pero no para comprobar si acaso de esa forma podía mágicamente recibir los dotes futbolísticos de Eric. No, nada que ver: simplemente esa imitación era un guiño, un tributo silencioso, casi una marca ideológica. Era el signo de pertenencia a una secta cautiva, aquella de los adoradores de Eric. Progresivamente, los cuellos (me refiero a las solapas tipo chomba) fueron desapareciendo de los diseños de las camisetas de fútbol que con el tiempo cada vez se acercaron más a los cortes de la indumentaria del atletismo (sino vean como le queda la celeste y blanca a Demichelis). Temporada a temporada esta tendencia resultó mucho más notoria en los diseños del Manchester que, acaso como en un homenaje inconsciente, desde que se fue Eric, y especialmente a partir de que Nike pasó a hacer la ropa en lugar de Umbro, borró ese tipo de cuello de sus modelos.

Como Zidane, Cantona era un francés al que el ying y el yang le funcionaban en random. Ambos histeriqueaban constantemente de un lado a otro por esa delgada línea que los podía ubicar en el cielo o el infierno, en una oscilación permanente entre la sutileza y la violencia más arrebatada. Unos border, bah. Pero si bien Zidane siempre fue medio bizarro, se sabía esconder bien detrás de su juego elegante y fue recién en su último acto mundialista donde el grueso del público se terminó de enterar de la recurrencia con la que los patitos se le salían de la fila. Eric, en cambio, venía signado como un loco lindo hacía ya rato, desde aquella inolvidable flyng kick directa al pecho de un hincha del Crystal Palace que nos condenó a nueve meses sin poder disfrutar de Cantona en las canchas. Estos dos franceses se definen en esencia por un desequilibrio similar, sólo que que cada uno edificó su carrera en extremos diferentes. Este contraste es incluso efectivo si enfrentamos sus imágenes para definirlos a través de los uniformes que los hicieron célebres. Por un lado la camiseta blanca, pulcra y aristocrática del Real Madrid, y por el otro el color rojo endemoniado de los Red Devils. Además Cantona nunca jugó un Mundial, no tuvo esa canonización de la Copa Mundial FIFA de la que sí gozó Zizou. Y es que eso no era para Eric, que siempre fue un artista maldito.

Desde que las camisetas de fútbol incorporaron a su diseño el nombre del jugador identificándolo con un número (lo cual se instaló a partir del Mundial Usa´94), las casacas dejaron de ser meros uniformes para volverse trajes de superhéroes. Esto impulsó a que las marcas realicen campañas publicitarias que con el tiempo se volvieron auténticos clásicos de la memoria futbolera. En el caso de Cantona, recuerdo aquel resplandor publicitario olímpico e infernal donde Nike, que toma su nombre de la diosa de la victoria según la mitología griega, lo ponía mano a mano con el diablo. Y aunque en la actualidad un poco disfruto de los spots que salen periódicamente -como el de Jogo Bonito donde la marca de la pipa lo muestra como un gurú retirado, un sensei arrogante- en verdad cada tanto prefiero escarbar algún recuerdo de aquel tiempo en el que Cantona era un superhéroe en actividad, viñetas que siempre se fugarán al presente para continuar vigentes en la memoria de los que supimos vivir semana a semana sus aventuras. De los que seguro que cuando vimos el partido homenaje a Maradona, íntimamente sabíamos que lo hacíamos por Eric, para verlo jugar un ratito y gritamos a full cuando convirtió su gol. Porque Cantona siempre fue una especie de híbrido entre rey y superhéroe; un tótem adorable de acciones fantásticas que, tal como ocurre en las más tradicionales monarquías, debe ser venerado de por vida.

Cosas que uno piensa mientras espera ver Looking for Eric, de Ken Loach.

13 febrero, 2010

Ojos de videogame

La auténtica afición por los videojuegos se manifiesta en largas tandas frente a la pantalla que no distinguen de mañana, tarde o noche. Son sesiones en las que el jugador elige su propia aventura ya sea enfrentando colosos, atravesando carreteras o metiendo goles con Carlitos Tevez. Este despunte del vicio es la esencia que moviliza a la música de los Go- Neko! Ellos no tienen canciones, sino que ceden la totalidad del terreno a la música. Carecen de letras, como si en los estertores de su instrumentación maratónica buscaran poder ser la banda de sonido perfecta para una jornada de joystick.

Go neko! Una especie de documental es un pequeño recorte en la vida de Tom, el Peta, Pipe, Mariano y Manu. La música que se obtiene al recitar este coro de nombres brinda un certero indicio de que estamos ante una banda de barrio; flacos que viven en casas, se conocen por pertenecer a la misma familia, juegan en cuero a la pelota y toman birra del pico. Ah, y, por supuesto, le dan duro a la Playstation. En este clima de confianza desfilan las anécdotas, las instantáneas de los músicos preparando algún show y los amigos, como Santiago Motorizado.

Como en una perfecta traducción en imágenes del sonido de la banda, la directora María Luque mantiene en la filmación, durante los casi 40 minutos de esta especie de documental, un pulso flotante que desemboca progresivamente en furiosa explosión. En una escena, el reflejo de los cinco Nekos sobre la pantalla de un televisor se corta cuando, por fin, logran sintonizar el menú inicial del Winning eleven. El brazo de Tom, acérrimo futbolero académico, celebra alzándose victorioso. Vamos los pibes!

“Go neko! Una especie de documental” puede verse on-line acá, o bajarse de la web oficial de la banda

Los lanzallamas

Prietto Viaja al Cosmos con Mariano - Pronoise Sessions

Rec. Desde su voz, Maxi Prietto le da mecha a sonidos guturales, es como un Damo Suzuki con menos de crooner y más del vuelo de un niño. Las emotivas letras (“Son cosas que guardo en la almohada antes de dormir, recuerdos para día en el que no quiera estar vivo”, “Y ahora lo que queda es el recuerdo, que sólo vive en mí. Yo sé que vos ni te acordás.”) toman carrera en los latidos de la batería de Mariano, flotan en sus coros y estallan en la incinerante estridencia de la viola de Prietto.

El impulso de estas Pronoise sessions hace que, como en sus shows en vivo, el dúo haga fluír cada canción en la siguiente. En el medio, ambas partes coquetean, juegan un rato. Aparece el baile primitivo y las invocaciones en idiomas inciertos hasta que el flirteo alcanza su cometido cuando nuestros oídos identifican alguna melodía o letra conocida que, no obstante, instantáneamente es sometida a la deformación de la zapada.

Las sesiones grabadas para este disco son el registro documental de dos pibes que se prenden fuego rockeando. Lejos de la parsimonia del fogón, estos dos son auténticos lanzallamas. Pero su performance no es una combustión autista, sino que es una ceremonia ardiente y de entrada libre. Prietto ruge: “¡Vamos, vamos!, ¡¡¡Vamos allá!!!” invitándonos, como supo hacer Morrison, a pasar al otro lado. Esperame, Maxi.

17 diciembre, 2009

¿Qué es el fútbol?

Zidane, un portrait du 21e siècle (2006)
Fútbol y “cine moderno”. Dedicado al compañero David.

Hace poco Walter Erviti , volante del Banfield campeón, hizo una declaración -con la que tuve en principio un desacuerdo que luego se fué disolviendo- que representa la más adecuada definición para Zidane (el futbolista y la película): “Con el tiempo te vas dando cuenta que en el fútbol no es necesario correr los noventa minutos. En un partido sólo hay dos o tres pelotas que pueden resultar determinantes y que debes saber aprovechar para desequilibrar”. Acaso una de las mayores expresiones alcanzadas por el fútbol, el juego de Zinedine Zidane es el arma cautiva de un guerrero (en el sentido del término que enseña el Don Juan de Castaneda) que se define en la conciencia de saber que con un solo ataque basta, si éste es letal.

En Zidane, un portrait du 21e siècle, ZZ se vuelve objeto de la cámara que sigue por toda la cancha su cuerpo enfundado en el blanco uniforme del Real Madrid. Cada plano se detiene en sus distintos movimientos con la voluntad del más aguerrido stopper. Los jugadores del Villareal están de amarillo, oficiando de rivales y antagonistas. Los cuerpos de los jugadores se cruzan, se confrontan, chocan con Zidane. El partido de fútbol representado como una lucha de luchadores es una órbita en la que la silueta de Zizou pareciera estar suspendida delante de la multitud de espectadores que funcionan como telón de fondo. Cuando, al fin, la pelota llega a sus pies, ZZ despliega un basto catálogo de sutilezas que detona el inmediato aplauso desde las tribunas.

Los primeros planos encuadran su gesto adusto y su mirada de reptil. Monitorea el juego, está al acecho. Los planos detalle descansan en su particular forma de trotar (muy pocas veces correr); arrastrando la puntita de los pies al finalizar su carrera. Transcurren varios minutos sin que tenga contacto con la pelota. Existe cierta recurrencia de Zidane en alzar su vista hacia la iluminación del estadio, como siguiendo un haz de luz. Serio, sólo suelta algún “Ahí, ahí” mínimo. Luego todo es dominio de la expresión de su semblante que, al contrario de la gracia de sus movimientos con la pelota, es mayormente escasa y seca. 

Zidane, un portrait du 21e siècle elude la solemnidad. No cae en la tentación del ralenti (¡horror!), ni de la musicalización pomposa ad hoc. La música compuesta por los escoceses Mogwai (caracterizada por su mambo de embotamiento acuático, sonidos para colgarse mirando una pecera) es funcional a la ambientación lograda por el seguimiento a ZZ, otorgándole a la película una entidad propia y personal, consiguiendo además que nos sumerjamos en el derrotero de Zidane dentro de la cancha.

Al mismo tiempo esta película es un documental sobre el partido entre Real Madrid y Villareal acontecido el 23 de abril de 2005. Y en los documentales siempre es materia polémica y compleja la cuestión de la responsabilidad y el grado de intervención del director sobre las imágenes filmadas. En el caso de Zidane, un portrait… el valor reside en que se puede identificar un relato construído con herramientas puramente cinematográficas. Todo lo que ocurre alrededor, todo lo que no pasa por los pies de Zidane queda en el fuera de campo (el gol rival) o en el sonido en off (los pelotazos y gritos del resto de los jugadores). La experiencia de ZZ en este partido se desarrolla a través de las instancias de cambio que se desatan en el jugador durante su búsqueda del objetivo de la victoria. En el transcurso del encuentro, en el transcurso de la película, existe tensión, un “increíble suspenso” como indica Marcos Vieytes en su crítica publicada en El amante N 179. 

Las magnéticas imágenes se suceden hasta que, súbitamente como una tormenta de verano, lo que todos esperan ocurre; Zidane toma la pelota. La baja, elude a uno, a dos, corre hasta el fondo. La imagen toma vértigo. Decenas de flashes apuntan al pecho esponsoreado del astro francés (el sinónimo berreta es mi sentido homenaje al periodismo deportivo que supimos conseguir), que tira un centro que deja a toda la defensa rival pagando. Algún compañero (no sabemos cual, no importa) sólo tiene que tomarse la molestia de empujar la pelota al gol. 

Como si fuese una broma de la casualidad, los últimos momentos (el desenlace) del partido y la película tienen equivalencia con aquella final del mundial Alemania 2006, en lo que fue el último partido de ZZ en la selección francesa. Para Zidane, la expulsión es un error que lo hace libre; al sacarlo de la cancha, la tarjeta roja interrumpe su demostración galáctica para devolverlo al plano de los simples mortales. La del cabezazo al pecho del villano italiano Materazzi es una imagen que, signo de estos tiempos y la gula mediática, ha sido reproducida ad infinitum hasta perder sentido. Y aún peor y además injusto, ha sido vista muchas más veces, y por un auditorio mucho más amplio, que la volea de Zizou al Bayern Leverkusen, gol de una belleza y perfección tal (¡y en una final!) que a Zidane no le quedó otra y tuvo que gritarlo.

Un novio errante

Los primeros segundos de Los Amantes dejan bien en claro como vienen las cosas para Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix). Basta con verlo en ese andar dotado de marchita pesadez, llevando esa prenda de tintorería que, como si se tratara de un velo de novia, arrastra de la misma forma en la que pareciera estar cargando con su alma antes de tirarse al mar. 

La actuación de Phoenix maneja sin medianías la ambivalencia sentimental y emocional que experimenta Leonard. Existen ciertas expresiones que mantiene reservadas en su actitud predominantemente hermética y que cuando se rebelan lo hacen con potente fulgor; como ocurre cuando hace pantomimas para una cliente en el negocio de sus padres o, fundamentalmente, en su baile descontrolado en el boliche. En esta escena sus movimientos frenéticos no terminan de ser agraciados ni son perfectos y es en esa imperfección donde reside su encanto.

De la noche a la mañana Leonard conocerá a Sandra (Vinessa Shaw) y a Michelle (Gwyneth Paltrow), dos mujeres que le representaran una disyuntiva entre, respectivamente, una conformidad edificada sobre continuar una vida que no es la suya y el vértigo asentado en la inestabilidad de las emociones, contraposición que transitará con extraña naturalidad. La polarización de estos dos mundos se expresará en cada rasgo de las relaciones, como por ejemplo la manera en la que conoce a ambas mujeres; una cena familiar que oficia de presentación formal y un encuentro casual en medio de una situación extraña. Pero lo que mejor documenta la naturaleza de estos extremos se observa, sin duda, en las escenas de sexo.

Con Sandra hacen el amor. Sonríen. El amanecer los encuentra abrazados con él recostado sobre ella recibiendo ese cobijo y contención que Sandra promete y representa. Con Michelle, en cambio, existe una atracción atravesada por la urgencia, casi de desesperación y desahogo. Cuando tienen sexo lo hacen de parados, en la terraza, llorando.

La terraza es una locación que en Los amantes es escenario de escenas particularmente notables. Descripción de la atracción como un espacio sin salida, la cámara encuadra a Leonard y Michelle siempre acorralados entre esas paredes de ladrillo. Ella lo quiere como amigo, sale con un hombre casado. Pareciera como si estas contrariedades no hicieran más que alimentar el deseo y la búsqueda de Leonard hacia Michelle. En cambio, la relación con Sandra será un lugar cómodo al que él siempre podrá volver.

Son especialmente significativas en la película dos miradas a cámara que apuntan al espectador, pero no en búsqueda del guiño cómplice (como sí ocurre en el plano final de Family plot o en la escena del perro muerto en el baúl de la camioneta de Funny games) sino que nos interpelan haciendo una única interrogación que se refleja en esos dos planos de ojos serios y una sobria tristeza: ¿Qué estoy haciendo? Es lo que nos preguntan Leonard en la escena final y Michelle cuando lo acepta, conscientes ambos de la inconsistencia de sus determinaciones. La pregunta se dirige “hacia afuera” porque la película de James Gray no toma partido ni ejerce juicio sobre sus personajes. No existe moraleja ni evaluación moral. La debilidad que inunda a Leonard se manifiesta en sus acciones siempre marcadas por la fragilidad, sin la fortaleza suficiente para que pueda forjar su propio devenir, que termina siendo determinado por las decisiones que toman otros sobre él. Esos otros que le ofrecen compañía, trabajo, futuro. Que lo abandonan.

12 octubre, 2009

Prietto viaja al cosmos con Mariano

Foto por Nat Motorizada 

Prietto de chico vivió en Quilmes y luego se fué a, la por entonces conocida como, Capital Federal. No se volvió a mudar y hoy trabaja en un mayorista de dulces en Zona Sur. Sabe de la pica existente entre Varela y Berazategui, aunque reconoce que Solano es más jodido. A estos datos debe sumarse que en la canción Av. Corrientes usa el término “Capital” para referirse a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tal como hacemos todos los que no somos de Capital.


Hablando con él me contó que todavía tiene familiares en Quilmes, lo cual sumado a su trabajo hace que todo el tiempo vaya y vuelva de un lugar a otro. En ese tránsito permanente siente que no termina de asentarse en ningún sitio. Acaso asumiéndose como hombre de ningún lugar y manteniendo cierta recurrencia binaria en sus cosas es que se asocia con Mariano. El hecho de que su banda de rock (y lugar de expresión) sea un dúo no puede ser tomado como algo casual, sino que parece responder a una lógica circular. Aparejados como significado y significante (la famosa entidad de dos caras que hace al signo, según Saussure), los componentes de Prietto viaja al cosmos con Mariano encuentran cada uno en su otra mitad la medida justa como fórmula para volver posible el viaje que despegue sus pies de esta tierra orientando su norte en dirección sideral.


Rojo y azul. Así estaban iluminados Prietto y Mariano el viernes pasado en el Zaguán Sur. Encuadrados como un sistema bicolor recordaban a ese gráfico que ilustra al sistema circulatorio cuando se lo estudia en las escuelas. La analogía también alcanza equivalencia en la idea de complementación cíclica entre esas dos partes (venas y arterias; guitarra y batería) que se necesitan en forma recíproca para componer un todo vital. A través de la estridencia y cierta sensación de desahogo que caracteriza su música, las canciones de Prietto y Mariano se develan como un ejercicio de desdoblamiento catártico.


Como la luz, las canciones de aquella noche también fueron escasas. No obstante, esa corta duración fue inversamente proporcional a la intensidad del show. Había un tema con el horario, no se podía terminar tarde. La gente era mucha. La cerveza también y se tomaba del pico, porque en la barra te daban unos vasitos de plástico de ésos que anulan el ya de por sí devaluado sabor que tiene la cerveza desde un tiempo a esta parte. Abundó también el baile. Y el humo.


Después tocó La Patrulla Espacial, que propició una consistente dosis de Aeroblues para los presentes. Mariano era uno de los varios que bailaban frente al escenario. A Prietto no lo vi más. En algún lugar debía andar.