24 marzo, 2010

The return of The King


Mi primera estrella de rock favorita fue Eric Cantona. El tocaba en el Manchester United, que es un equipo inglés de futbol. Siempre fue un jugador distinto a los demás; erigido como un coloso intimidaba desde el césped tanto por su gesto de ogro como por su magistral pegada. Porque Eric en la cancha rockeaba, era un performer de cuello levantado. Frente al arco era un ganador nato, la ponía donde quería.

Cantona siempre estuvo más allá de todo. Su principal distintivo, su seña particular y marca registrada, era ese cuellito de la camiseta que elevaba en la parte trasera. Todo un detalle ese cuellito. En la canchita del barrio uno repetía ese gesto, pero no para comprobar si acaso de esa forma podía mágicamente recibir los dotes futbolísticos de Eric. No, nada que ver: simplemente esa imitación era un guiño, un tributo silencioso, casi una marca ideológica. Era el signo de pertenencia a una secta cautiva, aquella de los adoradores de Eric. Progresivamente, los cuellos (me refiero a las solapas tipo chomba) fueron desapareciendo de los diseños de las camisetas de fútbol que con el tiempo cada vez se acercaron más a los cortes de la indumentaria del atletismo (sino vean como le queda la celeste y blanca a Demichelis). Temporada a temporada esta tendencia resultó mucho más notoria en los diseños del Manchester que, acaso como en un homenaje inconsciente, desde que se fue Eric, y especialmente a partir de que Nike pasó a hacer la ropa en lugar de Umbro, borró ese tipo de cuello de sus modelos.

Como Zidane, Cantona era un francés al que el ying y el yang le funcionaban en random. Ambos histeriqueaban constantemente de un lado a otro por esa delgada línea que los podía ubicar en el cielo o el infierno, en una oscilación permanente entre la sutileza y la violencia más arrebatada. Unos border, bah. Pero si bien Zidane siempre fue medio bizarro, se sabía esconder bien detrás de su juego elegante y fue recién en su último acto mundialista donde el grueso del público se terminó de enterar de la recurrencia con la que los patitos se le salían de la fila. Eric, en cambio, venía signado como un loco lindo hacía ya rato, desde aquella inolvidable flyng kick directa al pecho de un hincha del Crystal Palace que nos condenó a nueve meses sin poder disfrutar de Cantona en las canchas. Estos dos franceses se definen en esencia por un desequilibrio similar, sólo que que cada uno edificó su carrera en extremos diferentes. Este contraste es incluso efectivo si enfrentamos sus imágenes para definirlos a través de los uniformes que los hicieron célebres. Por un lado la camiseta blanca, pulcra y aristocrática del Real Madrid, y por el otro el color rojo endemoniado de los Red Devils. Además Cantona nunca jugó un Mundial, no tuvo esa canonización de la Copa Mundial FIFA de la que sí gozó Zizou. Y es que eso no era para Eric, que siempre fue un artista maldito.

Desde que las camisetas de fútbol incorporaron a su diseño el nombre del jugador identificándolo con un número (lo cual se instaló a partir del Mundial Usa´94), las casacas dejaron de ser meros uniformes para volverse trajes de superhéroes. Esto impulsó a que las marcas realicen campañas publicitarias que con el tiempo se volvieron auténticos clásicos de la memoria futbolera. En el caso de Cantona, recuerdo aquel resplandor publicitario olímpico e infernal donde Nike, que toma su nombre de la diosa de la victoria según la mitología griega, lo ponía mano a mano con el diablo. Y aunque en la actualidad un poco disfruto de los spots que salen periódicamente -como el de Jogo Bonito donde la marca de la pipa lo muestra como un gurú retirado, un sensei arrogante- en verdad cada tanto prefiero escarbar algún recuerdo de aquel tiempo en el que Cantona era un superhéroe en actividad, viñetas que siempre se fugarán al presente para continuar vigentes en la memoria de los que supimos vivir semana a semana sus aventuras. De los que seguro que cuando vimos el partido homenaje a Maradona, íntimamente sabíamos que lo hacíamos por Eric, para verlo jugar un ratito y gritamos a full cuando convirtió su gol. Porque Cantona siempre fue una especie de híbrido entre rey y superhéroe; un tótem adorable de acciones fantásticas que, tal como ocurre en las más tradicionales monarquías, debe ser venerado de por vida.

Cosas que uno piensa mientras espera ver Looking for Eric, de Ken Loach.