Temor automatizado e inseguridad de las cosas en la ópera prima de Gabriel Medina.
Play. Paisaje de distorsión edificado sobre la aceleración punk de bajo y guitarra. La voz fantasmal de Fidel Nadal irrumpe para terminar de levantar la atmósfera pesada de “El Féretro” de Todos tu muertos. Daniel Hendler, en plano que lo muestra de cuerpo entero, se mueve, baila y por momentos parece tener aplicado en sus movimientos un efecto que acelera su velocidad. Se estira y encorva para ensayar un playback pantomímico al tiempo que la cámara se aproxima sigilosamente.
A esa altura de Los Paranoicos, el acercamiento hacia Luciano Gauna (Hendler) ya lo ha retratado como un escritor que anima fiestas infantiles (con un traje similar al que usa “Boo” para camuflarse en Monsters Inc), vive solo y, por sobre todas las cosas, es inseguro. A pesar no tener compañía en su departamento esconde su marihuana en la boca de un gorila de plástico y sigue todo un ritual de simulación para poder fumar un porro. La forma en la que se desenvuelve y cada uno de sus actos se encuentran marcados por la automatización de la timidez, el rencor y la introspección. Como si fuera un androide paranoide.
Del otro lado, el opuesto, esta su amigo Manuel (Walter Jakob) como un personaje que porta la pulcritud del éxito en su rostro, recibe llamados de su madre y ostenta esa seguridad canchera de aquel al que no le comprarías un auto usado. Acaba de llegar de España luego de triunfar con la serie de televisión “Los paranoicos”, historia que le parece muy “familiar” a Luciano Gauna. La película dosifica la información con respecto a las sospechas. Incluso la escamotea. Cuando los dos amigos hablan sobre el guión de LG un “Vos no lo leíste, no?” hacia Manuel alcanza. No hay interés en explicitar si Manuel ha explotado la idea de Luciano o si en realidad se trata de una paranoica conjetura de este último.
Cuando la novia de Manuel (Jazmín Stuart) abandona la casa de sus suegros luego de descubrir a su suegra revisando su equipaje comienza su relación con Luciano. Si bien ya lo había visitado en acompañada por su novio, aquí comienzan a relacionarse; van a un restaurante, ceden, se ponen de acuerdo en tomar una cerveza. Luciano la encuentra cuando le llevaba Rivotril por consejo de Manuel, quien lo llamó entendiendo que “tendría algo para que la puede ayudar”. Sofía termina por instalarse en casa de LG donde deja de lado su marcado hastío y se desenvuelve con soltura. Entre anfitrión e invitada no hay histeriqueo, ni insinuación. Sobrevuela una tensión que es percibida cuando Sherman, amigo de LG, se va raudamente luego de una fugaz visita entendiendo que debía dejarlos solos.
La escena en la que Luciano y Manuel juegan a la XBOX tiene todos los guiños del enfrentamiento gamer. A saber; la fascinación ante las posibilidades del colmo de empatía que brinda un videogame al permitir diseñar personajes con los rasgos del jugador, la verborragia impune tanto en victoria y como en derrota, así como el desquite virtual de esa bronca que muchas veces va a parar debajo de la alfombra. Y es en esta escena que la película decreta un ganador mediante el “mano a mano” de una pelea de box virtual.
Los paranoicos tiene una selección de canciones del indie rock local a las que le da un lugar central, de vital significación a lo largo del relato. Los primeros acordes de “Amigo Piedra” de El Mató a un policía motorizado iluminan la escena en la que el departamento de LG ha quedado a oscuras, dejando en segundo plano las habladurías de Manuel. De hecho la escena no se corta hasta que el tema alcanza el estribillo y Daniel Hendler cierra respondiendo a los comentarios de su amigo: “No sé; yo estaba escuchando la canción”. La dulzura de Hamacas al Río suena de fondo en la cocina para colorear el acercamiento entre Luciano y Sofía. Y en la escena culmine de la película será tiempo del electro pop de Farmacia (en un cameo que sigue la línea de El Otro Yo en Silvia Prietto y Jaime sin Tierra en Nadar Solo) haciendo “Nada de nada”(“Me vas a re-enloquecer, estoy tan solo y vos no estas”) que detonará la aproximación definitiva entre Sofía y LG; el movimiento in crescendo de Hendler (del head up al descalabre anárquico a lo Ian Curtis) sumado al baile sensual de Jazmín Stuart son una soga que tensa hasta que surge una última mediación desesperada desde la oscuridad.
Tomar lo que es de otro se dice que es traición, que es delito. A la vez, perder lo propio tiene que ver con un descuido o un exceso de confianza. No obstante, hay casos en los que esa desantencion no es más que el paso necesario para que el agua siga su cauce para llegar a un lugar mejor; donde pueda ser y estar. Así como una idea debe salir del cajoneo eterno para volverse emoción tangible. Igual que esa persona que llega (o se vá) en busca de un abrazo.
01 noviembre, 2008
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